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Pensamientos Que Forjan Destinos

Vivimos en una época marcada por la superficialidad acelerada, donde lo instantáneo y lo efímero dominan la forma en que nos relacionamos con la realidad. La profundidad ha sido desplazada por lo funcional, y la reflexión ha cedido paso al entretenimiento vacío. En medio de esta dinámica vertiginosa, se desvanece la capacidad de pensar con detenimiento, de observar con sentido crítico y de cuidar cada uno de los hilos que componen la urdimbre de nuestro ser. En una sociedad como la dominicana, donde los comportamientos individuales suelen construirse sin conciencia plena de su impacto, la advertencia del sabio oriental Lao Tse se alza como un faro que nos invita a redescubrir la íntima conexión entre lo que pensamos, lo que decimos, lo que hacemos y, en última instancia, en lo que nos convertimos.

Cuando no se cultiva la lucidez del pensamiento, cuando las ideas que nos gobiernan se forman de manera automática, sin discernimiento ni arraigo, el individuo queda expuesto a la manipulación, al ruido ideológico y a la pobreza espiritual. Pensar es el acto fundacional del ser. Tal como sostiene el psicólogo Aaron Beck, las creencias que sostenemos determinan nuestras respuestas emocionales y moldean nuestros comportamientos, aunque no seamos plenamente conscientes de ello. En nuestro país, frases popularizadas como “aquí todo se resuelve con una llamada”, “el que madruga, Dios lo ayuda, pero el que soborna, más rápido llega” y otras de tono resignado, configuran un marco mental desde el cual se justifica la normalización del atajo, del irrespeto a la norma y del menosprecio a la institucionalidad.

De ese pensamiento desapercibido nacen las palabras, que son vehículos de sentido, pero también instrumentos de poder. La manera en que hablamos refleja y refuerza lo que pensamos de nosotros mismos, de los demás y de la sociedad. Según George Lakoff, nuestras estructuras lingüísticas no solo expresan pensamientos, sino que también configuran nuestra visión del mundo. Por eso, cuando el lenguaje público se llena de cinismo, de burla fácil, de palabras vacías o hirientes, estamos contribuyendo a una narrativa colectiva de deterioro moral. En las conversaciones cotidianas, en los medios de comunicación y especialmente en las redes sociales, se observa una pérdida del valor de la palabra como acto ético. Se opina sin fundamentos, se condena sin pruebas, se insulta sin pudor. La palabra, despojada de compromiso, pierde su dignidad y deja de ser instrumento de construcción social.

Las palabras desencadenan acciones. En una sociedad como la nuestra, donde la acción muchas veces es reflejo de pulsiones momentáneas más que de decisiones meditadas, es evidente el desfase entre lo que se proclama y lo que realmente se hace. Las calles, las instituciones, los servicios y la vida cívica muestran los efectos de una conducta que no ha sido pensada desde la responsabilidad. Zygmunt Bauman nos recuerda que vivimos en una modernidad líquida, donde las estructuras sólidas morales, culturales, políticas han sido sustituidas por vínculos volátiles, emociones instantáneas y decisiones sin profundidad. Esto se traduce en una ciudadanía desorientada, más reactiva que propositiva, más centrada en sobrevivir que en transformar.

Cuando estas acciones se repiten sin cuestionamiento, se convierten en hábitos. Y los hábitos, como enseña Aristóteles, no son simples rutinas: son los ladrillos con los que se edifica el carácter. En nuestra cultura, muchos de estos hábitos están impregnados de informalidad institucionalizada, de desconfianza sistemática, de desidia. El hábito de buscar “una vía alterna” para todo, el de no asumir responsabilidad por el espacio público, el de esperar soluciones externas, termina forjando una ciudadanía desprovista del sentido de pertenencia y corresponsabilidad. Y una sociedad sin hábitos virtuosos es una sociedad frágil.

El carácter, fruto maduro de todo este proceso, se constituye entonces no por designio divino ni herencia genética, sino por la acumulación de pensamientos, palabras, acciones y hábitos que se han desarrollado o descuidado a lo largo del tiempo. Es ahí donde se juega nuestro destino. Como afirmaba Nelson Mandela, el carácter de un hombre se mide por su conducta en medio de la adversidad. Y hoy, más que nunca, la adversidad nos desafía como nación: desigualdad persistente, corrupción estructural, crisis educativa, violencia normalizada. Enfrentar estos males requiere no solo políticas públicas o reformas institucionales, sino una transformación profunda en la manera en que nos construimos como sujetos éticos.

República Dominicana necesita una nueva pedagogía del carácter, un rediseño de lo que consideramos virtud ciudadana. Esta pedagogía comienza en el pensamiento: educar para pensar críticamente, para dudar con inteligencia, para construir argumentos antes de emitir juicios. Continúa con el lenguaje: recuperar la palabra como herramienta de verdad, de diálogo, de entendimiento. Se expresa en acciones coherentes con lo que se dice creer. Se consolida en hábitos que fortalezcan el bien común. Y culmina en un carácter colectivo capaz de sostener los valores democráticos, la justicia social y la integridad pública.

Hoy, más que nunca, la República Dominicana necesita ciudadanos que sean conscientes de que no hay transformación nacional posible sin una transformación individual. Y esa transformación no se da por azar, sino por elección consciente. Elegir pensar mejor, hablar con propósito, actuar con sentido, construir hábitos sanos y forjar un carácter íntegro. Solo así el destino dejará de ser una fatalidad impuesta y se convertirá en una conquista compartida

José Rafael Padilla Meléndez

José Rafael Padilla Meléndez es un destacado docente y político en la República Dominicana, conocido por su compromiso con el desarrollo educativo y social. Ha trabajado incansablemente para modernizar la educación, integrando tecnologías emergentes en la formación de maestros, y ha creado programas innovadores para mejorar la enseñanza de las matemáticas. Además, su influencia en el ámbito político se refleja en su análisis crítico sobre reformas constitucionales y políticas públicas, promoviendo la institucionalidad y la justicia en el país.

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