La nueva desigualdad: entre la pantalla y el pensamiento profundo

En la República Dominicana del siglo XXI nos enfrentamos a una desigualdad silenciosa pero profunda: la que separa a quienes aún cultivan el pensamiento crítico mediante la lectura y el análisis, de aquellos que, atrapados en la inmediatez de las pantallas, viven en un estado de pos-analfabetismo digital.
La UNESCO ha advertido que el analfabetismo funcional sigue siendo un obstáculo global, incluso en sociedades con altos niveles de escolaridad (UNESCO, 2022). En nuestro país, estudios recientes revelan que casi dos de cada diez adultos tienen serias dificultades de comprensión lectora, mientras que los jóvenes dedican más horas a dispositivos electrónicos que a los libros impresos (MESCyT, 2023).
Este fenómeno no es neutro. Como señala Nicholas Carr en The Shallows (2010), el exceso de información fragmentada en internet reduce nuestra capacidad de concentración. En contraste, Cal Newport en Deep Work (2016) explica que la concentración profunda se ha convertido en el capital más valioso para las élites, quienes deliberadamente promueven la lectura y el cultivo intelectual en sus círculos privados.
Mientras los sectores populares buscan gratificación inmediata notificaciones, “likes”, videos breves, las élites cultivan a sus hijos en la lectura reflexiva y en el pensamiento analítico. Esto genera una fractura cognitiva que amenaza con ser más peligrosa que la económica: una sociedad donde unos pocos piensan y deciden, mientras la mayoría reacciona a impulsos diseñados para activar dopamina, como han denunciado exejecutivos de Silicon Valley (Harris, 2018).
La consecuencia política es evidente: una ciudadanía con menor capacidad crítica resulta más vulnerable a la manipulación informativa y a la concentración del poder. En un país como el nuestro, donde la democracia exige participación activa y pensamiento libre, esta desigualdad cognitiva puede convertirse en una bomba de tiempo.
Ante ello, entendemos que se deben adoptar políticas públicas urgentes: programas nacionales de lectura profunda en las escuelas, clubes comunitarios de libros, regulación del impacto de algoritmos en menores y campañas de alfabetización crítica que combinen la cultura digital con la capacidad de análisis profundo. La verdadera independencia en el siglo XXI no será solo económica o política: será cognitiva. Y allí radica el reto de nuestra generación.



