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Pérdida del sentido humano

Nuestra sociedad parece caminar por sendas inciertas, marcadas por el caos, la desesperanza y una sucesión de hechos alarmantes que ponen en entredicho el valor de la vida humana. El incremento de la violencia es notorio, cotidiano, casi normalizado, y esto debe llamarnos, como pueblo, a una profunda y colectiva reflexión.

Un simple roce entre vehículos ha sido suficiente para que se pierdan vidas. La intolerancia al conducir, la falta de empatía entre ciudadanos y el irrespeto por la dignidad humana nos dejan un panorama sombrío. Vivimos en un entorno donde el sigilo por la vida ha sido reemplazado por una actitud de confrontación constante.

Pero la raíz del problema va más allá del tráfico o de los conflictos urbanos. La verdadera fractura está en el núcleo de la sociedad: la familia. Hoy presenciamos una profunda crisis del modelo familiar. La alarmante cantidad de hogares monoparentales, donde niños y niñas crecen bajo el cuidado de abuelos, tíos o incluso vecinos, refleja una desestructuración del vínculo primario que debería formar ciudadanos con valores sólidos. Este modelo debilitado no genera ciudadanos con compromiso cívico ni con la capacidad de enfrentar las demandas del mundo contemporáneo.

A esto se suma una ola creciente de violencia verbal y física. Los feminicidios han dejado de ser hechos aislados y se han convertido en tragedias multiplicadas. Ya no basta con asesinar a la pareja; ahora los victimarios arrasan con la vida de hijos, suegras, hermanas y luego se suicidan. Esta escalada de horror es un reflejo de un mal mayor: una sociedad enferma, que ha perdido la capacidad de gestionar sus emociones y conflictos.

Y como si fuera poco, la tragedia más reciente el desplome del techo de la icónica discoteca Jet Set ha dejado un saldo doloroso de muertes que enluta a nuestra nación y estremece a la comunidad internacional. Nunca habíamos vivido en nuestro país un hecho similar en un centro de diversión. Este desastre no puede pasar como una simple anécdota trágica. Debe impulsarnos a revisar nuestros estándares de seguridad, nuestras prácticas institucionales, pero, sobre todo, nuestra manera de convivir.

No buscamos culpables. No es nuestra intención señalar con el dedo, sino invitar al análisis, a la introspección, a la acción transformadora. Esta Semana Santa debe dejar de ser un simple feriado para convertirse en una oportunidad de conciencia. Este pueblo, el pueblo de Duarte, de los restauradores, de hombres y mujeres de fe y lucha, tiene que mirarse al espejo y preguntarse con honestidad: ¿hacia dónde vamos?

Si no asumimos con urgencia un cambio de rumbo, si no colocamos como prioridad el valor de la vida, la educación en valores y la reconstrucción del tejido social, en 30 años no sabremos en qué abismo habremos caído. Porque cada tragedia, cada acto de violencia, cada muerte absurda, es una advertencia. Y cada advertencia ignorada, un paso más hacia el colapso. Es tiempo de despertar.

José Rafael Padilla Meléndez

José Rafael Padilla Meléndez es un destacado docente y político en la República Dominicana, conocido por su compromiso con el desarrollo educativo y social. Ha trabajado incansablemente para modernizar la educación, integrando tecnologías emergentes en la formación de maestros, y ha creado programas innovadores para mejorar la enseñanza de las matemáticas. Además, su influencia en el ámbito político se refleja en su análisis crítico sobre reformas constitucionales y políticas públicas, promoviendo la institucionalidad y la justicia en el país.

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