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El único defecto intolerable: la deshonestidad

En una época donde la búsqueda de la perfección parece ser el parámetro para evaluar a las personas, es necesario recordar que la esencia del liderazgo y del valor humano no reside en la ausencia de errores, sino en la presencia de virtudes. Peter Drucker, considerado el padre del management moderno, afirmaba con claridad: “No se contrata a un ser humano por sus debilidades, sino por sus fortalezas.” Y tenía razón. En un mundo real, lleno de imperfecciones, el valor de un individuo se mide por su capacidad de producir resultados, de mantenerse íntegro en su misión, y por su lealtad a los principios fundamentales. Entre todos los defectos posibles, hay uno que ninguna organización, institución o nación puede permitirse: la deshonestidad.

Para ilustrar esta idea, vale la pena recordar una célebre anécdota atribuida a Abraham Lincoln, decimosexto presidente de los Estados Unidos, quien no solo fue un estadista excepcional, sino también un maestro en comprender el alma humana. Se cuenta que uno de sus consejeros, escandalizado, se le acercó para informarle sobre la conducta de un general que, aunque había ganado varias batallas decisivas, era conocido por su afición al whisky. Indignado, el consejero exclamó: “¡Ese hombre no puede seguir dirigiendo tropas, presidente, siempre está con su botella de whisky!”

La respuesta de Lincoln, tan aguda como reveladora, fue esta:

“¿Sabe qué marca de whisky toma ese general? Averígüelo y me trae un barril. Porque yo no lo valoro por sus defectos, sino por sus virtudes. Y ese hombre gana batallas.”

Lo que Lincoln entendía y lo que muchos líderes de hoy parecen olvidar es que no se lidera con una moral de vitrina, ni se gobierna desde la perfección. Se lidera con resultados, con principios firmes y con la comprensión de que los seres humanos, todos, son portadores de virtudes y errores. No hay líderes sin defectos, pero sí hay líderes cuyos defectos no comprometen su misión ni su honestidad.

Peter Drucker también advertía que el desempeño sin integridad no solo es irrelevante, sino peligroso: “La efectividad sin ética es el camino más corto hacia el colapso organizacional.” En este sentido, la deshonestidad se convierte en el veneno silencioso que corroe no solo la credibilidad de un individuo, sino también la estructura entera de cualquier proyecto colectivo.

Podemos tolerar el genio que es impuntual, el estratega que se comunica con rudeza, o el creativo que se distrae con facilidad. Pero no podemos ni debemos tolerar al corrupto, al embustero, al que manipula la verdad por conveniencia. Porque mientras el error humano puede ser corregido, la deshonestidad se arraiga, se reproduce y termina destruyendo todo lo que toca.

En la vida institucional, en la política y en la empresa, lo que realmente genera progreso no es la apariencia de pureza, sino la convicción de propósito. Y para alcanzar los grandes objetivos, se necesita talento, pasión, compromiso y, sobre todo, honestidad. Las virtudes son el vehículo del éxito, como bien enseña la experiencia de Lincoln. Y si bien los defectos deben ser minimizados, sólo uno es verdaderamente intolerable: el que traiciona la confianza.

La historia está repleta de líderes con luces y sombras, pero aquellos que se mantienen en el recuerdo colectivo y en la admiración de los pueblos no son los impecables, sino los auténticos. Porque como decía Cicerón: “La honestidad es para el alma lo que la salud es para el cuerpo.”

Hoy, más que nunca, urge recordar que un individuo puede tener mil imperfecciones, pero si sus virtudes construyen, si su integridad permanece intacta, entonces merece ser valorado y respaldado. Porque al final, en el juicio de la historia y de la vida misma, lo que prevalece no son las debilidades humanas, sino el carácter de quien supo mantenerse honesto, aún en medio de sus errores.

José Rafael Padilla Meléndez

José Rafael Padilla Meléndez es un destacado docente y político en la República Dominicana, conocido por su compromiso con el desarrollo educativo y social. Ha trabajado incansablemente para modernizar la educación, integrando tecnologías emergentes en la formación de maestros, y ha creado programas innovadores para mejorar la enseñanza de las matemáticas. Además, su influencia en el ámbito político se refleja en su análisis crítico sobre reformas constitucionales y políticas públicas, promoviendo la institucionalidad y la justicia en el país.

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