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El Dominó como Metáfora de la Política Dominicana

La Republica Dominicana es un país que está en campaña permanentemente.

En la Republica Dominicana el dominó no es solo un pasatiempo de esquina: es una radiografía cultural de nuestra forma de buscar poder. La mesa de fichas, aparentemente inocente, revela las tensiones entre destino y voluntad, astucia y lealtad, improvisación y cálculo. En ella se juega mucho más que una partida: se juega el país. El dominó contiene con mucha precisión el drama entre la suerte y el azar, donde es necesario tener astucia y audacia para elaborar una buena estrategia que permita reducir la incertidumbre y tomar la decisión más favorable, es el dilema constante en la vida política y social dominicana. El político dominicano siempre esta en el teatro de operaciones.

Tomar fichas boca abajo es el primer acto del juego. Este acto representa el destino inevitable. No se elige la mano inicial, como tampoco se elige nacer en tal barrio, con tal apellido, o bajo tal coyuntura. El dominicano, sin embargo, juega con lo que le tocó. Lo hace con una mezcla de resignación alegre y picardía resiliente. Esta aceptación de la suerte no es derrota: es estrategia cultural.

En política, esta lógica se traduce en un sistema donde las reglas son conocidas, pero la información es escasa. Se juega con intuición, con rumores, con silencios. Es una apuesta al azar.

Cada ficha colocada es un salto al vacío. El jugador no sabe qué tienen los demás, pero debe actuar. En la política dominicana, esto se refleja en pactos improvisados, alianzas de ocasión y movimientos audaces en medio de la niebla institucional. El jugador, sea político o ciudadano, actúa abrumado por la incertidumbre. Esto es sublime es el culto al tigueraje.

El célebre “tigueraje” criollo no es solo astucia: es una forma de inteligencia adaptativa, la viveza para sobrevivir y ganar en medio de la confusión. El político sobrevive en un ecosistema de incertidumbre, donde la ideología es decorativa y la intuición es ley. El azar es una apuesta voluntaria o involuntaria donde la información es escasa o casi nula.

El verdadero maestro del dominó no depende del azar. La diferencia entre suerte y triunfo radica en la destreza. El maestro usando la intuición: memoriza jugadas, calcula probabilidades, deduce errores en el contrario y manipula la información. Librarse del azar es reducir el umbral de incertidumbre. La maestría está en reducir al máximo la fatalidad.

El líder político eficaz hace lo mismo: anticipa escenarios, controla narrativas, convierte la astucia en estrategia. En ambos casos, el triunfo no es suerte: es cálculo, es estrategia.

El núcleo de la metáfora está en la dinámica del frente —la pareja en el dominó—, que en la política dominicana se refleja en las alianzas frágiles y temporales. Es la tragedia de aliados que se devoran. Ocurre una y otra vez, de manera perpetua.

La Colaboración Silenciosa y Efímera: En el juego, los frentes colaboran sin palabras; en la política, las coaliciones se forman en silencio, con pactos implícitos. Un buen jugador sacrifica jugadas propias por el bien de su pareja (jugar para el frente). Se supone que el político debe actual de la misma manera (solo se supone).

La Señal no Verbal: En el dominó, las fichas “hablan” sin necesidad de voz. En la política criolla, la complicidad se expresa en acuerdos tácitos, donde la confianza es mínima y el recelo permanente.

La Muerte por Desacuerdo: La tragedia ocurre cuando el frente se pierde: un error de cálculo, una jugada egoísta o una mala interpretación arruinan la partida. Las alianzas políticas dominicanas son frágiles porque están basadas en conveniencia, no en convicción. Es la fiesta de los monos, que en algunas ocasiones ha terminado ha sillazos.

La política dominicana está marcada por rupturas que nacen en el seno de las alianzas:

-Balaguer devoró a sus socios: Lora, Álvarez, Peynado.

-Bosch y Peña Gómez: La fractura ideológica del PRD dio origen al PLD.

-Guzmán, Jorge Blanco, Majluta, Peña Gomez: Pugnas internas desembocaron en divisiones y nuevos partidos.

-Mejía y Vargas: La desconfianza total provocó el nacimiento del PRM.

-Leonel y Danilo: La lucha por el control del PLD condujo a la perdida del poder, dando paso a la Fuerza del Pueblo. (Y a Quirino como un actor político importante).

El ciclo se repite porque el objetivo no es solo ganar la partida, sino dominar. En la política, la ambición de control absoluto termina pesando más que la lealtad al frente o al aliado. El adversario más peligroso, muchas veces, no es el que está en la otra orilla (el adversario), sino el que juega de frente (en pareja, el aliado).

El dominó, con su mezcla de azar, estrategia silenciosa y traiciones veladas, no es solo un juego: es una alegoría viva de la política dominicana. Cada ficha colocada encierra una decisión tomada en la penumbra, cada gesto no verbal revela pactos tácitos, y cada jugada sacrificada por el frente anticipa una traición disfrazada de lealtad. En su aparente simplicidad, el dominó condensa las complejidades de un sistema político donde la improvisación se institucionaliza, la astucia se convierte en virtud, y la desconfianza es la moneda de cambio.

Es un juego apasionante porque, como la política criolla, se vive con intensidad, con gritos, con gestos, con teatralidad. Es inestable porque las reglas se reinterpretan según el momento, el aliado de hoy puede ser el enemigo de mañana, y la victoria nunca es definitiva. Y es profundamente humano porque en él se manifiestan nuestros instintos más íntimos: el deseo de ganar, el miedo a perder, la necesidad de controlar, y la tentación de traicionar.

En última instancia, el dominó revela una lucha eterna entre la astucia colectiva —esa inteligencia popular que busca sobrevivir en medio del caos— y la ambición individual —ese impulso de dominar, incluso a costa del frente. Así, cada partida jugada en un colmado, cada ficha colocada con sigilo, cada mirada cruzada entre aliados nos recuerda que, en la política dominicana, como en el dominó, no siempre gana el mejor jugador, sino el que mejor disimula sus intenciones.

Y otra vez se oye, como un eco nacional: ¡JUEGUE MI FRENTE, DOMINE CAPICUA!

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