Ojo Público informa

Opinión

Diácono de la palabra de fuego

Por Julio César Castaños Guzmán

Conocimos a nuestro querido hermano Evaristo Guzmán Hilario, en el año 1975, en Santiago de los Caballeros, cuando hicimos en la Parroquia de la Altagracia, en Santiago de los Caballeros, el Seminario de Vida en el Espíritu.

Lo volvimos a encontrar en el año 1985, cuando se inauguró, la Casa de la Anunciación, bajo los auspicios de la Comunidad Siervos de Cristo Vivo, fundada por el Siervo de Dios, padre Emiliano Tardif, MSC, por la hermana María Armenteros Malla y por el propio Evaristo, junto a otros hermanos.

Evaristo Guzmán era poseedor de un formidable don de palabra. Su voz henchida de emoción proclamaba las grandes verdades de la Misericordia de Dios, y la afirmación luminosa de que Dios Padre nos Ama incondicionalmente.

En este talento, verdaderamente extraordinario, se glorificaría Dios durante toda su vida; y, en esto radicaría la clave de lo que sería la dimensión de su misión como evangelizador. Haciendo suya la expresión paulina: “Ay de mí si no evangelizara”.

Los carismas extraordinarios: profecía, sanación, lenguas, etc., que en él correrían como un torrente inagotable, puestos al servicio de la comunidad, fueron aumentando en el ámbito trascendente del auxilio y el amor a los pobres.

Su testimonio personal. Impactante, esplendente, limpio. Era capaz de sacudir la asamblea por el paso evidente del Espíritu Santo, de una forma tan portentosa, que a seguidas nuestras mentes se llenaban con la pregunta. ¿Quién es de veras éste hombre? ¿Qué se trae Dios con él, que lo usa de forma tan magnífica?

Nueva Evangelización –diría el Venerado Papa Juan Pablo II—nueva   en sus métodos, nueva en su ardor, nueva en su expresión. Y acaso estas palabras esclarecidas del Gran Santo Padre, estén encarnadas en lo que fue precisamente la persona y la vida de Evaristo Guzmán.

Durante todo este tiempo, en que afortunadamente coincidimos con él en la CSCV, (veinte años), vimos a Evaristo crecer incesantemente en la dimensión de estas tres finalidades: Amor a la Eucaristía; Evangelizador a toda prueba; y en la propia transformación en Cristo.

Nunca perdió su ardor inicial; ni se marchitó en él, el frescor de su verbo apasionado, y la radicalidad de su compromiso en Cristo. Aumentó en estatura en el dominio y conocimiento de la Palabra de Dios. Se hizo pródigo en obras; acogió todos los dones del Espíritu Santo. Grande en las pruebas y sufrimientos. Inmenso en el perdón. De él podría decirse que pasó por este mundo haciendo mucho bien.

Independientemente de su liderazgo empresarial en la sociedad civil de Nagua, su pueblo y de su generosidad para todos los que lo conocieron. En la vida familiar, buen padre; esposo solícito. Porque vamos al matrimonio más para amar que para ser amados. Logró el culmen de todo hombre: hacer feliz a la mujer amada.  Yolanda, su compañera fiel, infatigable… de tantos años. La columna de este servidor de todos. La yunta buena, que marca el paso de los laicos trabajadores del Evangelio.

Del fogón de Dios saltó una chispa, nació un lucero, que, con su anuncio de Siervo de Cristo Vivo, iluminaría y esclarecería en todo el mundo muchos corazones que estaban en tinieblas. Muchos prisioneros, atados y encadenados, se liberarían de los cepos del pecado y la opresión.

En la reciedumbre de Evaristo, en su autenticidad a toda prueba, encontramos las evidencias, para afirmar que son las grandes personalidades las que mueven una época; y, que su actividad en la Iglesia Católica, el impacto de su predicación por todo el mundo, sería la expresión de un patrón, es decir, la manifestación de un arquetipo del Evangelizador requerido para estos tiempos.

Sobre todo, para este siglo XXI que está matizado por el culto al placer y la despersonalización del hombre; impregnado de secularismo y descreimiento. Con pérdida de los contenidos humanísticos, que dan paso al materialismo y a la ausencia de valores espirituales.

El día que lo enterramos en el Cementerio de Nagua, (hace 20 años) su pueblo había perdido, aparentemente para siempre, a uno de sus hijos más queridos. Y Nagua estaba muy triste ¡Y cómo no! Pero, al mismo tiempo, ¡Oh bendita contradicción!, Nagua y el mundo entero, habían ganado un lucero muy grande. Porque se había encendido una gran luz perenne; un destello, al que se habrá de auscultar cuantas veces se pretenda buscar un modelo de lo que es la conducta de los discípulos de Cristo.

Parafraseando al profeta Isaías, decimos a todo pulmón esta tarde, del 15 de abril de 2025, sacudidos por el luto y la tragedia de estos días, ¡República Dominicana, despójate de tu manto de tristeza!, no te olvides de que los que se fatigan por el bien, los que educan para la justicia –y ese es el caso de nuestro querido Evaristo—sus nombres resplandecerán perpetuamente en el firmamento como las estrellas.

Y estas palabras se hacen vida hoy, se evidencian aquí, en la Casa de la Anunciación, este Martes Santo, ya que, Evaristo Guzmán, el Diácono de la palabra de fuego, el siervo de la proclamación poderosa, confirmada por los signos y prodigios del Espíritu Divino, es una luz que, en la Gloria de Dios, nunca se apagará.

Árticulos Destacados

Deja una respuesta

Botón volver arriba
Ojo Público acceso mundial »
Send this to a friend