Sociedad al borde

Vivimos en una era donde el imperativo de “haz lo que sientas” ha desplazado al sabio consejo de “piensa antes de actuar”. En una sociedad cada vez más emocionalmente reactiva, las decisiones impulsivas están teniendo consecuencias devastadoras. El drama no es nuevo, pero su agudización reciente obliga a una reflexión seria y objetiva: ¿hasta qué punto las emociones efímeras están gobernando decisiones que marcan para siempre la vida de las personas?
Una decisión permanente desde una emoción pasajera. La frase con la que iniciamos este planteamiento no es solo un aforismo preventivo, es un principio rector para quienes aspiramos a vivir con responsabilidad: no se toman decisiones permanentes bajo el efecto de emociones temporales. Una máxima que, tristemente, se ha convertido en letra muerta en el comportamiento colectivo.
El caso ocurrido recientemente entre dos miembros activos de cuerpos armados del país uno policial y otro militar ilustra de forma dolorosa esta tragedia social. Una discusión banal por un turno en una estación de combustible derivó en un duelo de armas de fuego, con consecuencias letales y consecuencias institucionales y familiares irreversibles. ¿Qué motivó tal decisión? Una emoción desbordada, una rabia pasajera. Pero el resultado es permanente: vidas destruidas, carreras arruinadas, dolor para siempre.
Emoción vs razón: un dilema antropológico. La filosofía, la psicología y la ciencia de la conducta han abordado este dilema durante siglos. El filósofo griego Aristóteles decía que “la virtud está en el término medio”, y advertía contra los extremos de pasión y frialdad absoluta. Por su parte, el psicólogo Daniel Kahneman, premio Nobel de Economía, demostró que existen dos sistemas en la mente humana para la toma de decisiones: el Sistema I, rápido e intuitivo (emocional), y el Sistema II, lento, reflexivo y lógico.
Lo preocupante de nuestra época es que las redes sociales, los entornos tóxicos y la cultura del inmediatismo están reforzando el uso del Sistema 1, llevando a millones de personas a decidir desde el impulso, sin análisis, sin consecuencias proyectadas.
La sociedad herida por decisiones sin reflexión. A diario se rompen vínculos significativos por malentendidos no procesados. Amistades de años se desvanecen por interpretaciones emocionales momentáneas. Parejas se separan sin agotar el diálogo. Familias se fracturan sin sentarse a escuchar. La violencia verbal, física y digital se multiplica por una cultura de “reaccionar” y no de “pensar”.
Lo advierte el neurocientífico Antonio Damasio, quien afirma que “las emociones son necesarias para tomar decisiones, pero no deben dominarlas”. El equilibrio entre emoción y razón es la clave del juicio sano. La emocionalidad sin filtro ha derivado en una cultura de la inmediatez vengativa, donde se cree que la reacción rápida es sinónimo de valentía, cuando en realidad es señal de debilidad del carácter.
La falsa valentía de decidir sin pensar. Se ha romantizado la “decisión valiente” como aquella que se toma con rapidez, sin miedo y sin dudar. Sin embargo, como señala Víctor Frankl, psiquiatra sobreviviente del Holocausto, “entre el estímulo y la respuesta hay un espacio. En ese espacio reside nuestra libertad y nuestro poder de elegir nuestra respuesta”. Esa pausa es donde vive la prudencia.
Elegir desde la calma, desde la razón, desde una visión de consecuencias a mediano y largo plazo, no es cobardía: es la verdadera valentía. El coraje está en resistir la pulsión del momento para proteger la estabilidad futura.
El llamado urgente: pensar antes de actuar. Necesitamos con urgencia un cambio cultural, educativo y espiritual que devuelva a las personas la capacidad de deliberar. La educación emocional, la formación en pensamiento crítico y el diálogo intergeneracional son pilares que deben fortalecerse en todos los niveles sociales: familia, escuela, política, medios y redes.
Este análisis no pretende censurar la emoción humana tan necesaria para nuestra condición, sino pedir que esta sea gestionada, no gobernante. La toma de decisiones define el destino de una persona, de una familia, de una nación. Por eso, toda decisión debería pasar antes por el tamiz de la objetividad, la lógica, el análisis y, si es posible, el consejo sabio.
Conclusión: No decidamos desde la tormenta. Esperemos la claridad. Porque las decisiones que hoy parecen necesarias bajo el fuego de la emoción, mañana pueden ser las cicatrices más profundas del alma.