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El Exceso De La Entrega

Vivimos en una era donde las relaciones humanas están profundamente marcadas por códigos sutiles de poder, atracción, autoestima y percepción. El amor, la seducción y la conquista, lejos de ser procesos meramente emocionales, son escenarios donde se juegan dinámicas de respeto, valor personal y percepción de liderazgo, incluso en el terreno íntimo de lo afectivo. Como docente y mi visión política, he aprendido que lo micro refleja lo macro, y la forma en que un individuo se posiciona emocionalmente ante otro, habla mucho de cómo se posiciona en la vida, en la sociedad y ante sí mismo.

Una verdad incómoda pero evidente en múltiples experiencias es que la mujer no suele enamorarse del hombre que más la adora, sino del que más se adora a sí mismo. ¿Qué significa esto? Que la energía que proyectamos al amar no solo se basa en nuestras palabras o gestos, sino en la manera en que nos tratamos y nos posicionamos frente al mundo. Cuando un hombre olvida su centro y se arrodilla emocionalmente ante una mujer, intentando agradarla a toda costa, no genera atracción sino lástima, pérdida de respeto o indiferencia. Se vuelve, paradójicamente, invisible.

Esto no es un juicio contra el romanticismo ni una apología al desdén. Es, más bien, una mirada crítica a cómo la necesidad, cuando se convierte en una energía dominante, destruye el valor percibido. La psicología social ha abordado este fenómeno bajo conceptos como la disonancia afectiva y el valor percibido en las relaciones. El investigador Robert Greene, en su obra El arte de la seducción, señala que el misterio y la autosuficiencia generan una tensión emocional irresistible, mientras que la sobreexposición emocional genera hastío. Al igual que en la política, la figura que más se expone sin estrategia se desgasta, pierde mística y, por ende, poder.

El politólogo italiano Antonio Gramsci hablaba de hegemonía cultural, de cómo ciertas conductas se naturalizan y otras se desprestigian. En el terreno afectivo, sucede algo similar: la figura masculina que se desvive sin medida, que pierde su eje y su propósito por ganarse a una mujer, está simbólicamente renunciando a su hegemonía emocional. Y en ese momento, ya no lidera ni su propia narrativa.

La energía de necesidad es la que enciende las alarmas. No es la pobreza ni la belleza lo que distancia a una mujer, sino el aura de desesperación que comunica que, sin ella, el hombre pierde su razón de ser. En cambio, cuando un hombre camina erguido, con dignidad, con propósitos definidos, con admiración por su vida, sus metas y sus valores, se convierte en un imán. No porque lo busca, sino porque lo proyecta. La mujer se pregunta entonces, con legítima intriga: ¿Cómo puedo encajar en la vida de este hombre que ya está lleno de sentido?

En términos políticos, esto no es diferente a un liderazgo sólido. Un candidato que se desespera por el voto, pierde el voto. Un líder que mendiga adhesión, es descartado. El respeto, en cualquier terreno, nace de la autonomía, de la claridad de visión y del amor propio.

Así pues, el consejo no es ser indiferente o arrogante, sino aprender el equilibrio entre dar y mantenerse. Antes de admirar la vida de otra persona, admira la tuya. No desde el narcisismo, sino desde la consciencia de que nadie puede amar con dignidad si primero no ha construido el amor propio.

Solo quien es su propio líder puede aspirar a ser compañero o compañera de otro. Porque el verdadero amor no nace de la necesidad, sino de la libertad.

José Rafael Padilla Meléndez

José Rafael Padilla Meléndez es un destacado docente y político en la República Dominicana, conocido por su compromiso con el desarrollo educativo y social. Ha trabajado incansablemente para modernizar la educación, integrando tecnologías emergentes en la formación de maestros, y ha creado programas innovadores para mejorar la enseñanza de las matemáticas. Además, su influencia en el ámbito político se refleja en su análisis crítico sobre reformas constitucionales y políticas públicas, promoviendo la institucionalidad y la justicia en el país.

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